Con 19 años, fui por primera
vez a Londres como au-pair (o lo que es lo mismo, a cuidar niños con una
familia extranjera), para mejorar mi inglés. Allí me quedé extrañadísima al ver
la reacción de sorpresa de los niños que cuidé al ver “en vivo” animales de
granja, como gallinas, vacas, etc. La verdad es que no es tan raro como pensé en aquel momento… En una
ciudad del tamaño y características de Londres, el campo queda muy lejos…
Por todo ello, me encanta
“escaparme” de vez en cuando a esas aldeas en las que crecí, y proporcionarle a
mi hija de 3 años la oportunidad de disfrutar de la naturaleza y de ver y
conocer cómo se vive, (y por supuesto, cómo vivía yo cuando tenía su edad), en
el campo.
Hace poco, nos
“escapamos” una vez más. Fuimos a la aldea del abuelo Manolo: María vio vacas y
terneros; vio a los terneros tomando, (y peleándose) por el “biberón”; vio
gallinas y cogió los huevos que habían puesto (casi rompe un par, por el
entusiasmo con que los echó en el recipiente en donde había que ponerlos); hizo
un intento de cavar la tierra; cogió verdura y se la dio de comer ella misma a
los animales; vio el tractor del tío-abuelo; jugó con los perros; pisoteó y
saltó en el barro, (la norma es que con catiuscas se puede, con zapatos no);
rodó prado abajo (mamá le enseñó, porque a ella le gustaba hacerlo cuando era
pequeña, y por supuesto, mámá aprovechó también para rodar con ella)…
Ayer viendo las fotos, dijo
que quería volver. Por supuesto, volveremos. María, al menos, disfruta mucho y
a mí me encanta “volver” a las aldeas de mis recuerdos.
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