viernes, 9 de diciembre de 2011

"Eran velliños y se mataron"; 2011, 13 de noviembre

Mi marido y yo fuimos a hacer una visita a casa de mis padres.
Estaban allí la madrina de María, mi hermana Mª Jesús, que se había llevado a la niña un poco antes de ir nosotros, y, por supuesto, los abuelos.
Estuvimos pintando un librito para colorear un buen rato y en un determinado momento, ya cansada de esa actividad, María cogió dos cuadros que estaban relegados a un lado de la mesa donde pintábamos. Los dos eran fotos de hacía ya tiempo. En uno, un retrato de mis abuelos paternos; en el otro, un grupo numeroso de personas: mis hermanos y yo de pequeños, mi madre y mis abuelos maternos, entre otros.
Le pregunto a María si reconoce a mamá en esa foto, y, como no me reconoce, le voy preguntando si conoce a sus tíos Mano, Yolanda, Bea y a la madrina. Veo la sorpresa en sus ojos cuando le digo que el tío Manolo es el niño pequeño, que Yoli es la niña pequeña, y cuando le señalo a mamá, a la madrina y a la abuela. Al final, ya es capaz de reconocer ella, por sí sóla, a la tía Bea y parece entender la idea de que la foto es de hace mucho tiempo y de que, por esa razón, la gente ha cambiado tanto.
Sin embargo, me aventuro a ir más allá y le hablo de mis abuelos: le explico que los señores mayores son mis abuelos porque yo, igual que ella, tengo también abuelos: dos abuelos y dos abuelas. Tras un rato, parece haber asimilado la idea. Ayuda, supongo el hecho de que recientemente, dedicamos algún tiempo a explicarle que el abuelo José y la abuela Lolita son los papis de papá y la abuela Carmen y el abuelo Manolo los papis de mamá; (explicación que por cierto, le produjo bastante grado de perplejidad).
Así, cuando parece haber entendido que esos señores mayores son mis abuelos, le digo: “Pero ya no están. Eran viejitos y se murieron…”.
No dice nada, supongo que está asimilando lo que le acabo de decir… De allí a un momento, dice convencida y con una sonrisa con la cual parece querer darnos su versión del fenómeno que acaba de aprehender: “Eran velliños y se mataron”.
Matizo: “No, corazón, se murieron. Son cosas distintas”.

Más tarde de camino a casa, mi marido, la madrina, yo y la niña, rememoramos el diálogo entre sonrisas: “Eran velliños y se mataron”, repito yo en voz alta. Mi hermana, que habla gallego todo el tiempo, corrige en alto para que la niña lo oiga: “Morreron”.
María, que está siendo educada en el uso de tres lenguas, (gallego, español e inglés), y que, como es lógico, las mezcla un poco, corrige a su manera: “Se morreron”, y a continuación lanza una pregunta difícil: ¿Y dónde están?. Yo, que soy creyente aunque no muy practicante, pero que deseo educarla en la religión cristiana, le contesto: “En el cielo”, a la vez que lo señalo con la mano. La niña me mira y no dice nada…

Yo veo confusión en sus ojos, y esa confusión y su silencio me llevan a pensar lo inaccesible que debe ser para una niña de dos años ese concepto que acaba de serle transmitido. A continuación, me digo a mí misma: “Suficientes mensajes complicados por hoy. Esperemos a la próxima vez que pregunte al respecto”. Y seguimos caminando hacia casa…

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